Ellis Halstaff temía por la salud de su hija.

Sahmantha yacía inmóvil en el dormitorio del piso de abajo, con un paño frio y mojado en la frente, y la respiración tenue.

Sahm se había despertado la noche anterior gritando. Le había costado mucho calmar a la niña; cuando Ellis lo logró finalmente y le preguntó qué pasaba, su hija respondió que sentía "que tenía algo malo dentro de su cabeza".

Bellik, el sanador de Havenwood, la había visitado antes. Le administró un tónico que permitiría descansar a Sahm y prescribió un baño frío en cuanto fuese posible.

Pero Sahm estaba ahora descansando y había que dar de comer al hijo pequeño de Ellis, Ralyn, además del trabajo que quedaba por hacer antes de que anocheciese. Antes era más sencillo, cuando el padre de Sahm aún estaba allí, pero se marchó sin decir palabra, sin siquiera dejar una nota y nunca volvió.

Ellis miró a Sahm en ese momento y pensó en el último cumpleaños de la niña, cuando la precoz criatura de siete años declaró con descaro que "en adelante se ocuparía de sus propios asuntos" y que su rutina diaria ya no incluiría el coro. Pensó en la risa de Sahm: una cordial y desenfrenada risotada. Recordó aquella noche, hacía menos de una semana, en la que Sahm le había contado en rigurosa confidencia que estaba enamorada del pequeño Joshua Gray, porque sus ojos eran como un sueño agradable.

Pensó en todas esas cosas y rezó a Akarat para que Sahm se pusiese bien pronto, para que volviese a tener sueños agradables y para que no volviera a sentirse aterrada por la dolencia que padecía.

Odio y disciplina

Cazadora de demonios

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